domingo, 24 de enero de 2016

12 frases que nunca deberíamos decir a nuestros hijos:


Muchas vecen los padres nos sentimos agotados e inseguros sobre nuestras capacidades como educadores, incluso juzgados por nuestros amigos o parientes cuando nuestros hijos se “portan mal”. Esto puede conducirnos a actuar de un modo impulsivo y errado, para intentar frenar aquellas conductas que no nos gustan. Algunos adultos sienten que no saben poner límites a sus hijos, y ante tal frustración, terminan diciendo cosas que pueden generar grandes heridas psicológicas en los niños.
Los invito a reflexionar sobre las muy negativas consecuencias psicológicas de las siguientes frases:
1)    “Si haces (tal cosa) le diré a (x) que venga a buscarte y te lleve”: El mensaje implícito aquí es que si ellos no se portan como nosotros queremos, los abandonaremos. Es terrible criarse creyendo que hay un “señor malo” que me puede llevar si no hago caso. Este tipo de amenazas generan una gran desconfianza en quienes se supone que están para protegernos. De este modo, los chicos se sienten poco seguros, indefensos y muy ansiosos.
2)    “Siempre te portas mal/ nunca haces nada bien”: Las palabras “siempre”, y “nunca” son extremas y absolutas. Abarcan todos los tiempos. Que a un niño le digamos esto, le genera una gran frustración, porque seguramente ha hecho muchísimas cosas bien a lo largo de su vida, y en esta frase queda implícita la falta de reconocimiento de su bondad innata. Es una etiqueta que no hace otra cosa que generar rabia y baja autoestima.
3)    “Sos malo/tonto (o cualquier otra etiqueta peyorativa)”: Estas frases son un golpe bajo a la autoestima de cualquier niño, sobre todo si provienen de sus padres o cuidadores más cercanos. Además de generar un gran sufrimiento, pueden desencadenar la famosa “profecía auto-cumplida”: una falsa creencia que, directa o indirectamente, lleva a su propio cumplimiento. Los niños pequeños suelen creerse lo que les dicen sus padres. Si un niño se cree malo, por ejemplo, es posible que termine actuando como tal, por el simple hecho de sentirse malo y querer confirmar su identidad. (Ah… ¿soy malo? Entonces pego, porque eso hacen los malos.) La frustración y bronca que generan estas etiquetas, pueden generar bloqueos emocionales acompañados por conductas que confirman tales insultos.
4)     “Sos tan (característica negativa) como tu madre/padre”: Al decir una cosa así, estamos enviando varios mensajes negativos. En primer lugar, estamos insinuando que hay un conflicto en la pareja, que el hijo no tiene por qué mediar. En segundo lugar, estamos etiquetando al niño, y ya hablamos anteriormente sobre las consecuencias de las etiquetas negativas. Por último, estamos haciendo que el niño pueda sentir desprecio hacia ese padre “defectuoso” por tener tal característica.
5)    “Ojalá fueras más parecido a tu hermano”: En esta frase queda implícita la idea de que ese otro hermano es mejor. Por supuesto que esto hiere la autoestima de los niños, pero no solo eso…sino que también daña la relación entre hermanos. Ya de por sí, entre los hermanos suele haber competencia y celos gran parte de las veces. Esto es natural. Pero si un padre los compara con este tipo de frases, puede incrementar aún más la rivalidad, además de dañar la autoimagen del  hermano juzgado como  inferior.
6)    “Me das vergüenza”: La mirada de los padres es una pieza fundamental en la construcción de la identidad y la autoestima de las personas. Sentir que tu padre se avergüenza de ti, puede ser una causa de gran inseguridad personal. Muchas veces, cuando no les prestamos suficiente atención, los niños nos la piden a gritos, haciendo todo tipo de payasadas. Otras veces, corren, gritan, saltan y hacen ruido por el simple hecho de ser niños. Sea cual sea la causa de estos comportamientos, no conviene hacerlos sentir avergonzados por ellos. Es mejor brindarles la atención que piden y darles un espacio para que puedan sentirse importantes y protagonistas. Además, debemos ir explicándoles, según su capacidad de comprensión, que hay cosas que se pueden hacer en algunos lugares y situaciones solamente. Es necesario ser claros y específicos cuando explicamos estas cosas. Los adultos muchas veces damos por sentado que los chicos ya saben qué es lo que se espera de ellos en cada situación, pero la realidad es que muchas veces nos olvidamos de darles pautas claras y específicas. Si le decimos con frecuencia a un niño que nos sentimos avergonzados de él, le generaremos inseguridad y baja autoestima.
7)  “Cuando llegue tu (papá/mamá) te las vas a ver….”: Con este tipo de amenazas, los niños terminan internalizando una imagen negativa y errada de sus padres. El que hace la amenaza pierde autoridad, y el que se supone que lo castigará pasa a ser el “poli- malo”, temido y amenazante. No tiene sentido generar miedo a nuestros hijos, porque si actúan en base al temor a ser castigados, no aprenderán a razonar y a comprender las consecuencias naturales de sus actos. A la larga, es mucho más productivo enseñarles a hacerse responsables de sus actos mediante el diálogo abierto y paciente.
8)    “Ojalá nunca hubieras nacido”: Más allá del trabajo y enojo que pueda generar un hijo, NUNCA deben usarse frases de este tipo, ni en chiste. Si un niño se cree esto, lo haremos sentir miserable. Sentirse no deseado puede ser la causa de muchísimos trastornos psicológicos y sentimientos crónicos de culpa. Todo niño necesita sentirse amado por sus padres.
9)  “Si sigues haciendo esto, te dejaré de querer”: La incondicionalidad en el amor de los padres debe ser expresada por ellos y comprendida por los niños. Un niño debe sentir que haga lo que haga, bien o mal, sus padres seguirán queriéndolo igual. Con el amor no se puede negociar. Este tipo de manipulación emocional genera falta de espontaneidad en los niños. Al chantajearlos así, lograremos tener hijos inseguros, ansiosos y poco conectados con sus propias necesidades, todo a costa de lograr nuestra aprobación, para ganarse nuestro amor.
10) “Cuando yo tenía tu edad, ya sabía (…cualquier actitud/destreza deseable)”: Este tipo de comparaciones es muy injusta. En primer lugar, porque todos somos distintos, y tenemos distintos tiempos de maduración. En segundo lugar, hay quienes tienen dificultades de aprendizaje, ya sea por causas emocionales o de inteligencia. Sea cual sea la causa de que nuestros hijos aún no hayan alcanzado esa destreza que consideramos indispensable para su edad, no se lo reprochemos. Es muy frustrante sentirse inferior a lo que se espera de uno. Además, este tipo de comparaciones impedirá que los niños disfruten de sus logros, porque nunca les serán suficientes en comparación con esa imagen idealizada que les estaremos creando de cuando nosotros éramos menores. Crecerán con un complejo de inferioridad que les impedirá sentirse felices en muchas ocasiones.
11) “Pedrito se sacó un 9. ¿Cómo puede ser que te hayas sacado un 6?”: Comparar a los hijos con sus amigos también genera complejos de inferioridad. Por los mismos motivos mencionados anteriormente, no conviene comparar jamás a los niños. Por el contrario, debemos alentarlos destacando sus puntos fuertes, para subirles su autoestima y para evitar que relacionen el proceso de aprendizaje con frustración. Hay un término muy estudiado: “las inteligencias múltiples”. (Ya me explayaré en esto en otro artículo). Para resumirlo muy brevemente, la idea principal es que hay muchos tipos de inteligencia, y todos tenemos algunos tipos más destacables que otros. Hay quienes son superdotados lingüísticamente pero tienen alguna dificultad con los números, por ejemplo. O viceversa. Y de nada sirve hacer hincapié en las carencias. Es mejor aprovechar las potencialidades de los niños e incentivarlos a progresar en lo que son buenos, y enseñarles a esforzarse en aquellos ámbitos que les cuestan más, pero sin denigrarlos jamás con comparaciones de este tipo.
12)    “No llores, (los hombres no lloran/no es para tanto)”: En primer lugar, los hombres si lloran y eso está bien. En segundo lugar, si alguien llora, es porque algo lo amerita. Llorar hace bien cuando surge la necesidad de hacerlo. Por el contrario, reprimir continuamente las emociones para ser aceptados socialmente es opresivo y asfixiante. Los problemas de los niños son tan grandes como los de los adultos. Cada etapa de la vida tiene sus dramas y dolores, y minimizarlos solo ayudará a que los niños vayan creciendo con sus emociones relegadas, para poder cumplir con las expectativas de los mayores. Por otro lado, los niños aún no han desarrollado la capacidad de calmarse a sí mismos. Ellos nos necesitan para aprender a regular sus emociones con aceptación y bondad hacia sí mismos. Si notan que empatizamos con sus emociones, irán aprendiendo a regularlas con el tiempo y a estar conectados con lo que sienten. Poder identificar las emociones y hablar sobre ellas es muy beneficioso para el desarrollo sano.
Estas son solo algunas de las frases que debemos omitir en la educación de los menores. Seguramente existen muchas otras. Los invito a compartir las que se les ocurran, para generar conciencia del daño que las palabras pueden hacer.
Este artículo tiene la intención de concientizar a todos los educadores sobre este tema, no para generar culpa sino para prevenir. Muchas veces, los adultos repetimos lo que hemos aprendido que es normal, pero el hecho de poder reflexionar sobre estos asuntos, abre puertas a que vayamos mejorando los estilos de crianza.

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